viernes, 24 de febrero de 2017

La culpa es de nosotras...

Soy feminista y lo digo con orgullo, siendo consciente de que para la mayoría (ojo que cuando digo mayoría me refiero a los que parece que son los únicos que importan, o sea, los hombres  blancos heterosexuales sin discapacidad y capaces de valerse por sí mismos que son muy pocos pero los que lamentablemente manejan todo el sistema) es casi una declaración de locura, histerismo, amargura o cualquier otro insulto con el que quieran invalidar nuestra opinión.
Y digo nuestra porque sé que no soy la única, somos pocas aún, pero cada vez vamos aumentando la cifra. Pero si somos pocas, lamentablemente la culpa es de nosotras mismas, del género en su conjunto, del cual me siento claramente una excepción, pero al que pertenezco de todas formas y si lo digo es básicamente porque considero que mi género  que no comparte esta postura igualitaria lo hace por conveniencia o ignorancia.
No puedo creer que seres del mismo género sean las que por un lado luchan abiertamente, asumiendo incluso costos personales, por la igualdad de género, la lucha contra la hipocresía católica en relación a nuestro rol, la libertad de expresión, la igualdad salarial, pero por otro lado, compuesto por una gran mayoría, está lleno de mujeres ignorantes que siguen criando a sus hijas e hijos en el machismo, tolerando cantantes de letras misóginas porque son guapos, no ven la violencia manifiesta.
Y son cosas sencillas y cotidianas las que hacen que sintamos la violencia de género como algo normal, porque cuando hablamos de violencia no estamos refiriéndonos al golpe o al insulto manifiesto, ya que tendemos a dividirlo en físico y psicológico, pero está ese cultural, de todos los días, cuando nos prohíben ser personas, porque hay cosas de hombres y cosas de mujeres, más allá del color de nuestra ropa cuando recién nacemos.
Y lamentablemente es por la responsabilidad de las propias mujeres que estas cosas pasan, porque si reclamo el hecho de que, por ejemplo, los garzones al llevar la cuenta a una mesa se la entregan inmediatamente al hombre mayor de la mesa (ni siquiera preguntan, simplemente asumen) muchas me dirán que soy tonta, porque son cosas que nos convienen, no ven una subestimación, ven conveniencia, lo que se transforma en una permanente debilidad social.
Eso.-

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